Me muevo a ciegas,
Detengo mi paso,
“no te das cuenta que no puedes derribar mi anhelo alborotado,
…Camina que la vida empuja…
La luz de una vela y un tic tac irreverente, invitan al silencio a enmudecer mi ánimo. Me miras y yo te miro, y me congelo ante el desaliento de un sentimiento agrietado.
Miro mis manos, aquellas que te agarraron con fuerza para no dejarte escapar de mi vida.
Miro mis piernas, aquellas que te marcaron el camino hacia mi jardín prohibido.
Y miro mis labios, porque sólo ellos besaron tu cielo y sólo tu cielo entro en mi ser.
A la luz de una vela evoco el recuerdo de dos cuerpos desnudos, que enredados entre sábanas mojadas, yacen exhaustos de placer.
Encuentro de miradas deseosas, encuentro de palabras ………que recogen en su gesto la ilusión de ser amada.
Él domina mis sentidos y como maestro de orquesta, toca armoniosamente cada uno de los rincones de mi ser.
Él invade mi noche, y me susurra al oído, déjame besarte.
Déjame dibujar con mi lengua el contorno de tus labios y trenzar mis brazos alrededor de tu pecho.
Déjame hundir mis manos en tu pelo y olerte.
Déjame ser tuyo hasta que despierte.
Y cuando estés saciada de amor y de mi olor tu cuerpo impregnado, entonces DÉJAME….
La contemplo con ternura, la mira e intento ser ella, saber que piensa, sentir que siente.
La miro y me pregunto, cómo pasa las horas soportando el dolor del amor perdido, cómo pasa los días siendo consciente de su encierro, en un cuerpo viejo, desgastado y enfermo.
Olor a Zotal, a tierra sahariana y planta verde. A palomas blancas, a tarta de chocolate, a sopa de limón y hierbabuena. Olor a olores que invaden este patio abierto al cielo, coronado por grandes helechos que giran sin retorno al ritmo que marca el viento.
Esta sentada frente a mi, en una silla hecha de chapa, soga y madera, que dibuja con su silueta el trono de una gran reina: mi ABUELA
Su mirada tendida en el suelo, parece contar baldosas sin orden ni concierto, blancas, amarillas y negras.
La miro y me recreo en ella, en su pelo corto, blanco y revuelto, su frente aún suave y tersa y una nariz fina, aguileña. Su boca, cansada de gritar, reír y hablar sin freno, parece solo moverse al compás de tímidos pensamientos.
La miro y la huelo, el aroma inolvidable a talco de polvo y canela. Olor a abrazo fuerte, olor a te quiero
Desde la otra orilla de la vida, aún inconsciente del viaje que me espera, la vuelvo a mirar y la siento. Siento sus manos redondas y pequeñas, manos de madre, esposa y abuela. Manos que crían hijos, que cocinan, friegan…manos que tapan ojos llenos de lágrimas y bocas para no pronunciar palabras inciertas…manos, sus manos que aún huelo, siento y beso.
Y cuando más absorta y perdida me encuentro, contemplando la mayor obra maestra hecha a base de amor y sufrimiento, levanta su vista, me mira y yo asiento, y le digo sin palabras, con el llanto contenido y la emoción como nudo en el cuello:
GRACIAS hoy, mañana y siempre.